Hoy la vi y tenía un rostro
ajeno al que yo amaba.
Silvio Rodríguez
Dicen que los momentos más importantes en
cualquier relación interpersonal son el primer hola y el último adiós, pues
ambos marcan un hito en la historia de sus protagonistas.
¡Y hay que ver lo inútiles que somos algunos para
eso de las despedidas! Sobre todo cuando no son deseadas, aunque sean
necesarias ora por salud mental, ora por salud cardiaca... Se toma ese último momento
que marca el adiós y lo estira uno como si fuera de goma hasta el máximo. Uno
no sabe qué hacer con las manos ni dónde ponerlas. Simplemente son dos estorbos. Y
vienen los balbuceos, las voces entrecortadas; y vienen los silencios incómodos
y las reiteraciones y viene la evasión del contacto visual, y la espera fútil
de que la contraparte tome alguna acción providencial que modifique de tajo el
estado de cosas, como que de la nada nos abrace y se aferre a nosotros para no
dejarnos ir, pero nada ocurre. Sólo esa mirada de hastío en espera de que,
finalmente, uno dé la media vuelta definitiva y se vaya con los recuerdos hechos
bola, como una hoja de papel arrugada en el bolsillo de la garganta, una sensación líquida trepándole a los ojos y con
las esperanzas hechas jirones.
En mi caso me prometí
amnesia sensorial para ya no recordar tus sabores, colores, humores y tactos. Renunciar
a ti de manera absoluta. También deseché la malicia con que deseaba que tu boca
retuviera el gusto de la mía, como una maldición que te impidiera saborear
nunca más otros labios, y que tu insomnio llevara siempre mi nombre oculto para
asaltar tus sueños en las noches menos pensadas. Y no sería así si no te
quisiera. Sin embargo, dado que te gusta tanto el silencio, a partir de hoy te
regalo todo el mío y el de mis letras. No derramaré una gota más de tinta en
tu nombre y penalizaré severamente a mi boca si se atreve a volver a proferirlo.
Yo sinceramente no sé qué
es el amor. Por un momento creí que eras tú. Ahora sé que sólo
que eras un débil reflejo de la posibilidad y un buen pretexto para escribir,
porque en la fantasía que construí contigo como materia prima cabía tanto lo
más sublime como el más exquisito de los horrores; la paz y la guerra. Lo
luminoso y lo oscuro. La felicidad y la decepción. El recuerdo y el olvido.
No sé aún si te amé o
simplemente te quise (el deseo siempre existió y ese, cuando no se ha saciado, jamás se
extingue). Lo que sí puedo asegurarte con toda certeza, es que fuera lo que fuera,
el sentimiento era absolutamente legítimo y poderoso. Como si en verdad te lo
hubieras ganado con acciones, cuando en realidad simplemente te lo obsequié.
Tal vez esa gratuidad y ese desbordamiento de emociones herrumbraron tu
interés. Lo sé. A nadie le interesa valorar las cosas fáciles ni gratuitas.
Dicen que a las mujeres “hay que tratarlas bien porque sino se enamoran de uno”
¡qué tremenda realidad!
Ahora sólo (solo) me
pregunto acerca de cuál es la media de tiempo que le lleva a una persona olvidarse
de otra, pues necesito prepararme para purgarta de mi mente, ahora que te he drenado de mi corazón.
Es curioso cómo después de
que cada palabra tuya fuera para mí un impulso que activaba mi sonrisa, ahora el
recuerdo de tu voz, otrora para mi oído la música más hermosa, se ha desafinado
y sólo es un murmullo ininteligible que llega débil, de lejos... Sin embargo,
no puedo negar que, aun así, de vez en cuando echaré de menos ese sabor tan
dulce de la mentira que coexiste en relación simbiótica con tu lengua.
Sé perfectamente que esto
no te causa la más mínima mella –ni es el objetivo de estas líneas. ¿A razón de
qué? ¿con qué derecho?- sólo es un desahogo que se quedará entre este trozo de
papel y yo. Una despedida sin adiós.
Hoy terminarán los soliloquios
murmurando tu nombre al viento, bajo la lluvia, en días nublados y soleados o
noches sin luna y estrelladas, pensándote, llamándote, para no obtener sino
silencios por respuesta. Hoy culminan las esperas vanas.
De todo lo planeado contigo y
para ti, ahora sólo me resta la nostalgia por los tantos besos y las tantas
palabras que se nos quedaron en la boca,
por los días en que hubiéramos caminado, reído, soñado, imaginado, conocido,
saboreado… ¡vivido! En fin por todas las ganas acumuladas. Sólo un despropósito.
Añoranza por un futuro que jamás será real, al menos aquí.
Si hay algo que lamento de
todo esto es no haber tenido nunca la más mínima oportunidad de acercarme a tu
corazón que, a saber, está más dañado que el mío. Cada uno de nosotros tomamos decisiones
y éstas, pensadas o no, impactan en la estabilidad de nuestro mundo
microcósmico, a veces con consecuencias imprevistas y desastrosas. Lamento lo
que sea que te haya ocurrido y que endureció tanto tu corazón y obnubiló tus
ojos. Ojalá en algún momento lo superes.
Pero no te confundas. No
te guardo ningún rencor. Por el contrario, deseo para ti que nadie despierte en
tu corazón los sentimientos que despertaste en el mío sin que seas
correspondida. Deseo para ti que jamás esperes en vano. Que jamás seas
ignorada. Que nadie haga nunca escarnio de tus sentimientos ni te exhiba
cobardemente a tus espaldas ante otros que nada saben de lo que ocurre en tu
corazón o en tu cabeza. Que no tengas motivos para construir historias en tu
imaginación que te hagan estrellarte contra la realidad. Que la persona dueña
de tus afectos jamás se sienta incómoda o avergonzada de ti porque la busques o
desees estar a su lado. Que a cambio de oraciones completas no recibas
monosílabos en una “conversación” o, peor aún, silencios. Que la incertidumbre
no enraice jamás en tus días.
Te miro y me miro en
posibles encuentros en otros mundos, en realidades paralelas donde el tiempo y la
historia discurren de otra manera con múltiples finales. En uno de esos mundos
jamás se intersectan nuestras líneas de vida y pasamos de largo, una y otra
vez, irremediablemente, sin siquiera tomar nota de nuestras respectivas
existencias, ni cruzar mirada. En otro tú ya habías muerto antes de nacer yo. En
uno más, somos felices. En este… No, en este, nada.
Hoy se cumple un ciclo
solar completo desde aquel primer beso que caló hondo en mí. Que inspiró una
partitura de palabras escritas una a una contigo en mente, hasta que la
tristeza se apoltronó en mi estancia al enterarme de cosas que jamás hubiera
querido tener noticia. Deberías haberlo previsto. Tarde o temprano uno siempre va a enterarse
de lo que no desea y por las vías más insospechadas.
Ahora, tras la inmensa
brevedad de estos 365 días transcurridos, deseo darte algunos consejos. Dado
que una persona enamorada funda una nueva religión que rinde culto a una sola
divinidad, no seas como yo. No permitas que tu vida se
rija por el corazón. No descubras tus sentimientos ante nadie, pues ello te
hará vulnerable. Recuerda que, a diferencia de los
cuentos de hadas, en la realidad (al menos en esta) los inicios son los
felices, no los finales. No regales tus afectos y cuando lo hagas asegúrate de
que quien los reciba haya tenido que ganarlos con muchísimo esfuerzo y
dedicación.
Tomaré de ti lo que queda. La parte de tu
corazón que no está envenenada. Las sonrisas que permanecen aún intactas en tu
boca y la caricia no usada que conserva tu mano, para cuidarlas como
se cuida a una planta cuando comienza a crecer, tan solo por si acaso…
Quizás te sueñe de nuevo
alguna vez. De ser así simplemente te besaré sin decir palabra. Despertaré
descansado, con una sonrisa, porque al fin podré haberme despedido de ti, y
regresaré a mis letras, mis universos de tinta que amoldo y acomodo para darle
vida a lo inexistente, como lo hice contigo. Y tú habrás sido sólo un sueño de esos tantos
que se olvidan al despertar y, por más que te esfuerzas, jamás vuelves a
recordar, pero que te hacen sonreír todo el día.
Sólo una última cosa:
sabe que jamás me di por vencido, simplemente recibí con claridad tu mensaje.
Sea pues. Fin del drama.
*Texto anónimo encontrado entre las hojas de un libro extraído
de una biblioteca pública.