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30 de marzo de 2013

¡SANTOS VIERNES!


-Sí. Casi con cualquier detalle como vestirte de luto o de morado y ya se ve que estás ahí, en la jugada. Qu’eres parte de… Que vas en el vía crucis.

-¿A ver cárguense’ntreloscuatro al cristote’se de madera, con su crucezota tamaño no-te-la-vas’a-ca-bar en el lomo?

-¡Ah… no ma… Qué superchinga, wey… (Risas al por mayor).

Así se deslizaba por el aire la plática de un grupito de jóvenes que observaba a los caminantes avanzando penosamente por la calle bajo el rayo del sol de mediodía, mientras nulificaban el ayuno hincándole el diente a unas gorditas de requesón con nopales, en plena plaza de San Bartolo Ameyalco, la mañana del viernes santo.

-‘Tá bien hacerse cargo de una de las estaciones p’adornarla con muchas bugambilias y con los periquitos australianos que me regaló mi comadre Pera el día de mi cumpleaños, porque no sé las demás, pero loqués las primerysegunda están remalhechotas.

- Sí, ¡ya ni friegan, hombre! Yo no sé pa’qué se meten en cosas que ni van a cumplir bien. ¡No es de Dios, oiga!

Así platicaban devotamente dos doñas al amparo del anonimato que les ofrecía el tremebundo par de chales negros enredados mediorientalmente sobre las pías cabezas, cayéndoles hacia el cuerpo a la altura de la quinta estación del vía crucis, celebración cristiana que había congregado casi a la totalidad de los habitantes de la demarcación, y uno que otro colado, como el que esto escribe.

Religión y capitalismo conviviendo en extraña simbiosis en estas fiestas sacras que adoptan un cariz cuasi pagano, debido al sincretismo de la modernidad con la tradición. -¿No compra estampitas? -¿Pan de huevo? -¡Empanadas de vigiliaaaa, llévelas calientitaaaaas..! -¡Pórtese bian, chamaco canijo! ¿no ve que hoy es día de recogimiento? -¿Hoy no lleva flores, güerita? Todo esto sucediendo al compas implacable de un monocorde tan plañidero como lúgubre:

                        “Perdona’tu pueeeblo, señooor…
                        perdona’tu pue-e-blo, perdónale señor.”

Ubicado al surponiente de la ciudad de México, San Bartolo Ameyalco es una localidad extraña donde conviven los más diversos especímenes de la fauna humana contemporánea, unificados por sólo Dios sabe si la religión, la fe, el vía crucis annual o algún otro motivo que escapa a mi capacidad de observación momentánea.

Piadosos punks balanceando sus afilados tocados craneanos por debajo de los oscuros paragüas blandidos a diestra y siniestra por las alhajadas manos de Dios sabe quién, se mueven entre los curiosos que bisbisean; oportunistas haciendo negocios, devotos extasiados, magdalenas, marías, pedros, judas… y un feliz carterista haciendo su agosto en pleno marzo, hasta llegar frente al cristote’se, para hacerle una reverencia que, en su persona –la de los punks- más parece una muestra de sarcasmo e irreverencia que de devoción, ante los ojos atónitos de las ñoras enlutadas.

También resaltó por su indumentaria casual el sacerdote que presidía el recorrido, quien no estaba ataviado para tan solemne ocasión, es decir, como Dios manda, pues sólo se colocaba una estola morada sobre los hombros por detrás del cuello de la camisa a cuadros rojos con blanco, para mascullar algunas palabras a través de un altavoz, cuyo deplorable estado magnificaba la ya de por sí inentiligibilidad del discurso.

Conforme el rito corría de Herodes a Pilatos por la Roma sanbartoleña, la cauda que arrastraba iba engrosándose con nuevas voces. -¡Ya cállese’scuincle, ¿qué va a pensar diosito? Como si “diosito” tuviera tiempo para pensar en esas babosadas.  Una niña fastidiada por el gentío y atormentada por el rigor del astro rey suplicaba: “mamá, ya vámonos, ¿no?,  ándale, por favor…”, mientras la madre, inmutable, como en trance, continuaba regurgitando en el coro de voces:

                        “Perdona’tu pueeeblo, señooor…
                        perdona’tu pue-e-blo, perdónale señor.”

En esas estaba cuando descubrí un nuevo personaje. Se trataba de una regordetodevotísima señora, quien con ejemplar actitud de recogimiento, la cabeza inclinada hacia el suelo y cubierta por una mascada negra, transpirando piedad, avanzaba arrastrando los pies, como si cargara una cruz imaginaria o gran parte de los pecados del mundo sobre la espalda. De vez en cuando se agachaba con dificultad, se incorporaba de nueva cuenta y agradecía al cielo una moneda, un arete, un cualquier cosa, un algo que los caminantes de adelante dejaban caer en la inconciencia de su mecánico peregrinaje. ¡Bendito sea el viacrucis, lástima que sea cada año!, parecía decir en su plegaria.

Terminada la actuación oscaril de medio pueblo, de vuelta a la rutina mundana. –Vete por el pan pa’ los romeros y el bacalau, ¡pero pícale porque se acaba! -¿No se han cocido las habitas? -¡Ah, yastán peliando otra vez! ¿No les digo? ¡Comen santos y cagan diablos, escuincles de porra! –Ora sí una chelita p’alcalor y otra pa’ nosotros. ¿no? Total, el Señor siempre perdona a su pueblo, y si no, pos ya vendrá otra Semana Santa y, con ella, una nueva oportunidad para redimir nuestros pecados…

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